domingo, 8 de diciembre de 2019

Le pedí que se quede, como me sugirió mi guía.
Y me respondió que no, como me anticipó mi guía. 
Y aparece en mí la desesperación. El manotazo de ahogado de querer resolver.
De querer definir. De querer controlar. 

Y él no se rige por los manotazos de ahogado.
Él piensa.
Analiza.
Toma en cuenta todas las variables.
Resuelve qué es lo mejor para él.
Y actúa. Y no lo hace desde el egoísmo, sino desde la inteligencia absoluta.
Y siempre lo hace bien. 
Ese dolor en el pecho que se expande por todo el cuerpo.
El peso de los errores. El impacto posterior a saber que algo que creí que era lo mejor,
fue finalmente una equivocación irreversible. 
Eso es.
Lo irreversible.
Lo que no podemos deshacer. Lo que yo no puedo deshacer.
Lo que ni las lágrimas ni las risas van a volver a poner en el lugar de privilegio que es
la oportunidad.

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