viernes, 30 de abril de 2021

La maldad de tus labios

Añoro
aquello que no fuimos
y siente pena
tu espacio
    vacío
en mi cama. 

Adoro
tus ojos tristes,
que miran serios
y mienten
de prisa.

Intuyo
tu falsa máscara,
tu tono absurdo,
tu sonrisa infernal.

Echo de menos
la maldad de tus labios,
tu respirar cansado,
maltrecho,
triste. 

Oigo
tu inquietante silencio
me llama tu hoyuelo
y se ríe de mi.

Me inunda 
me escuece
me irrita
me hierve
me sangra
me late.

Te has llevado 
mis miedos
me has librado 
de las pesadillas
me has dejado sin vuelo
y me has obligado,
    porque te adoro, 
    te añoro, 
    porque te intuyo
    y te echo de menos,
a mirarme al espejo
a saberme conmigo
a curarme a solas
de la oscuridad de mi mente
y del cielo
que me ataca 
me persigue
me despierta. 

Estás no aquí

Se asoman las lágrimas
no las puedo detener.
Son por ti. 
Y por mi. 
Y por todo. 
Por mi historia,
por ella te busqué

Por mi historia 

te encontré

te atendí

te besé

te amé


No era

No eres

No serás

No podrás

Ni querrás


Porque eres basura

eres resto

eres obviedad


Y yo nací dos veces

porque morí

apenas más

Y sigo muriendo

Y tu me has matado

Y tu me has deshecho

Y yo me he dejado

Y yo no lo he visto


Y te escribo en sueños

Y te sueño despierta

Y te oigo dormida

Y te siento 

Y te se de terciopelo


Y te añoro. 

porque no se odiarte

porque no quiero

porque eso

es para ti

para tu podredumbre

y tu desbarranco

y mi vida

y mi fe. 


Y yo nací dos veces. 

o más. 

Y si

y sigo muriendo

y sigo naciendo. 

porque nací dos veces. 

y morí mil más. 

Mentir en otro idioma

Es tu sonrisa. 
Es tu mirada.
Perdona. 
Lo siento. 
Es mi culpa. 
Te quiero. 
No puedo. 
No quiero. 
Perdona. 
Lo siento. 

Deseo. 

Quiero. 

Te quiero. 

No puedo. 

No quiero. 

Perdona.

Lo siento. 


No. 

Pues no lo se. 

Pues eso. 

Pues nada. 

Pues si.

Pues eso. 

Pues nada. 


Tranquila. 

Descuida. 

Da igual. 


Da igual. 

La mentira

el intento

la astucia. 

Da igual. 

Tormenta de verano

Te acercaste
como una furiosa tormenta de verano.
Tu lejanía serena
y ese aire
ansioso
y adormecedor. 

El cielo 
gris plomo
derramó mareas
y rebalsaron los puertos 
en los que me sentía 
a salvo. 

Solté mi grito
y no se oyó.
El ruido 
el lío
el espantoso doler
de la memoria presente.  

Dejaste un desastre.
Limpiaste las ganas
terminaste
con todo.

Simple,
encantador,
peligroso. 
Como una furiosa tormenta de verano. 

jueves, 22 de abril de 2021

Asociación -no tan- libre

Es increíble. Sigue lloviendo. Olvidé hace cuánto tiempo no termino empapada por no haber tenido un paraguas a mano. Nunca me gustó caminar bajo la lluvia. Qué raro es extrañar algo que nunca me gustó. A pesar de haberlo intentado, no pude verle el romanticismo y, mucho menos, cuando el destino en ese trayecto no era mi casa. Me gusta la lluvia, sí. Aunque inevitablemente pienso en la ecuación “lluvia = inundación” porque, ante todo, fatalista. 

No sé bien hace cuánto estamos así. Sólo sé que hace cuatro días que no fumo. Y que me creció el pelo y me volví a peinar. También descubrí nuevas obsesiones. O quizás ya existían, sólo que ahora las reconozco. 

Miro mi farol. A través de su horrible luz naranja se ven las gotas que, apuradas, van en caída libre hacia la nada. Me interpela. Me recuerda que mi vocación implica pensar. Y mi pensamiento espiralado siempre termina en el mismo lugar. El recorrido a velocidad luminosa que hace la asociación libre suele ser distinto cada vez. Hoy fue: 

Ventana. 

Tejas. 

Techos. 

Chimeneas. 

Liam Neeson. 

Jorge. 

Jaz. 

Mar del Plata. 

Cariló. 

Vos. 

Ruta. 

Arte. 

Silencio. 

Rothko. 

Rusia. 

Messi. 

Barcelona. 

Vos. 

Me distrajo una sensación extraña. Es una mirada fija. Tengo el presentimiento de que hace tiempo está ahí. Va y viene moviendo su cola blanca y salta de la cornisa a la copa del árbol y de ahí al asfalto. Debe ser la única gata a la que le gusta mojarse. No es la primera vez que nos vemos. A veces la saludo. Hoy también. Le puse de nombre Greta. En mi otra vida fui la musa de los hermanos Grimm. 

 


Una noche más

Cuatro patrulleros, una ambulancia, una docena de policías y el doble de vecinos curiosos. Dos agentes conversan acaloradamente con un hombre que parece sacado de una película de mafia serbia: campera de cuero negra y rotosa, jean holgado y zapatos de vestir y, lo más importante, la biaba. Agita los brazos y mueve las manos como si estuviera en un tablao. En diagonal hay otro personaje sentado al volante de un auto, con la puerta abierta. Este fue inspirado en un comic japonés: ojos enormes, boca pequeña, pelado y camisa blanca de cuello mao arremangada hasta los codos. Con los brazos cruzados y mirando al suelo, escucha atentamente lo que le dicen dos agentes. Culpable. Sin lugar a dudas.

De la ambulancia sale una persona refugiada dentro de un overol blanco, de esos que se usan en las plantas químicas, guantes de látex celestes y una máscara de protección que no deja ver su rostro. No podemos saber si es hombre o mujer. Aún así impone cierta autoridad por el solo hecho de tener un estetoscopio colgado al cuello. Todos hicimos silencio. La persona hace una seña a los agentes que intentaban calmar al serbio quien, más tranquilo, se sube a la ambulancia y desaparece por un buen rato.

Mientras tanto, en los balcones y en las veredas a los curiosos les faltan los pochoclos. Algunos acomodaron unas sillas y hasta llevan lo que estaban desayunando para poder seguir el espectáculo sin dejar atrás sus menesteres. Hay café, té, hasta mate y algunos panes con mermelada. Muchos se saludan a la distancia y en tono de chiste se dicen que cuando termine todo esto, se invitarán a desayunar a sus casas. Otros sacaron sus celulares para registrar el momento. Todos murmuran pues nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que pasa. Hay caras de preocupación, miradas prejuiciosas -todos pensamos que si una persona está con la policía, algo debe haber hecho-, pero, sobre todo, reina el miedo. Hay una pandemia dando vueltas. Nadie se olvida de eso a pesar de que la novedad del escenario nos distrae un momento.

En una de las ventanas del edificio de enfrente se asoma una pareja. Ella está vestida con ropa de él. Se nota porque la remera y el short de fútbol le quedan grandes. Es posible que sea la primera vez que están juntos. Tal vez la segunda. Y que no haya sido planeado. Ella sigue con el maquillaje intacto y un peinado hecho a las apuradas. Está descalza y con algo de frío, pero no se anima a pedirle a él que le preste un par de medias. Con cada sorbo a su café él aprovecha para observarla de reojo mientras sigue atento lo que sucede dos pisos más abajo. Ella quiere llorar. Él sabe por qué y le gustaría abrazarla pero se contiene para no asustarla. Ella se lo agradece en silencio con una sonrisa tímida y un suspiro revelador. Quisiera decirle que todo va a estar bien. Que eventualmente va a dejar de doler. Que nadie va a ser como vos y que, aún así, tu recuerdo va a dejar de ser la vara con la que mido a los demás. Es lo que me digo a veces, cuando tengo ganas de llorar mientras tengo puesta la remera grande, el short de fútbol y desayuno en silencio mirando a mi compañero de turno.

Oigo un ruido que viene de la calle. El caballero del auto se desmayó. Se escuchan más sirenas a lo lejos. El pánico vuelve a teñir el ambiente. Se puede ver también en los ojos de los policías. Se asoman hasta el serbio y la persona del overol. El tiempo se detuvo un momento. E inmediatamente se ve llegar otra ambulancia de la que, esta vez, bajan tres personas de traje blanco, máscara y guantes de látex. En menos de cinco minutos armaron una escena del crimen. A través de un megáfono pidieron a todos los vecinos que vuelvan a sus casas y no salgan hasta que se dé el visto bueno por parte de las autoridades.

martes, 6 de abril de 2021

Las canciones
se llevan la gloria.
Se llevan
el tiempo.
Se llevan
las ganas.